Madagascar, paradisíaco, exótico… Es lo que dice la gente cuando oye ese nombre. Pero, habiendo estado allí durante dos semanas, ni lo uno ni lo otro. Y eso que teníamos muy buenas referencias de algunas personas que ya lo conocen, y otras tantas que tienen intención de ir. Aquí os dejamos nuestras impresiones sobre un país que nos mostró su cara menos amable desde el primer día.
  • Para empezar, no es un país preparado para el turismo. No tiene la infraestructura necesaria para recorrerlo. Los vuelos domésticos sufren retrasos o cancelaciones inesperadas, los trenes no existen, a excepción del Tren de la Selva y las carreteras se encuentran en un estado bastante lamentable, con lo que cualquier trayecto puede triplicar el tiempo que se tardaría en hacer en España; además, los coches sufren este mal estado y corren el riesgo de averiarse en mitad de la nada como nos sucedió a nosotros a 35º de temperatura exterior.

Impresiones de Madagascar

  • La población tampoco está preparada para el turismo. Solemos tener la imagen que vemos en televisión de personas, sobre todo niños, que piden algo y se acercan con una gran sonrisa. Lo que nosotros vimos fue gente que nos miraba con cara de pocos amigos y niños que sacaban la lengua e incluso intentaban dar alguna patada. Nadie nos convencerá de que aquellas miradas, y mucho menos aquellos gestos, eran de felicidad como intentó hacernos creer el responsable de la agencia local que contratamos para el viaje.

Impresiones de Madagascar

  • Continuando con sus gentes, intentaron engañarnos en todo momento, principalmente en hoteles. Invariablemente había problemas con el agua caliente, diciéndonos en uno de ellos que era porque el vecino la había terminado toda, cuando no teníamos nadie al lado y, en otra ocasión, que era un problema de todo el hotel y al ser domingo no podían hacer nada, cuando en los aseos de la planta baja sí que había agua caliente. En ambos casos solicitamos cambio de habitación tras discutir con los responsables de los hoteles, que debían de estar acostumbrados a que la gente se duchase con agua fría o a no tener huéspedes inconformistas.
  • Otro ejemplo lo tuvimos en el guía que nos tocó en el Parque Isalo. Aparte de que la visita en sí fue una gran estafa porque la mitad del parque estaba arrasado por un reciente incendio y aun así nos vendieron una entrada de 120000 aryarys (unos 33 euros para dos personas), nos tocó un guía que nos aseguró que el trayecto no era muy complicado. 

Impresiones de Madagascar

Tal vez no sería complicado para atletas olímpicos, pero nosotros, tras trepar por enormes rocas, cruzar arroyos con piedras mojadas y resbalar en barro durante una hora, decidimos que no podíamos seguir al ver que lo siguiente era cruzar por un tronco de árbol suspendido a una altura de unos 2 metros. Ahí le dijimos que queríamos dar la vuelta y ya se enfadó, viendo que se iba a quedar sin propina, así que se dedicó a deshacer el camino andado sin preocuparse en ningún momento de si íbamos bien o no. Aparte de un gran disgusto y varios improperios por nuestra parte, el asunto no llegó a más. Al guía no se le ocurrió pensar que nos podía haber pasado algo a causa de su despreocupación ya que, como decimos, el trayecto no era fácil en absoluto, a lo que había que unirle el bochornoso calor de ese día, que lo hizo todo más complicado aún. Falta de profesionalidad, empatía y hasta sentido común. En el remoto caso de que vayáis a ese parque, el guía se llamaba Lala, así que si os toca, exigid otro distinto.
Impresiones de Madagascar
  • La gastronomía tampoco es algo en lo que destaque esta isla africana. Habíamos oído hablar muy bien del cebú, la principal carne que se toma allí, pero entre las escasas condiciones higiénicas que hay allí y las nulas elaboraciones de los platos hicieron que la carne resultase con un sabor excesivamente fuerte y cuya digestión costó toda una tarde. Una y no más… El pollo, tal y como lo conocemos aquí, no existe; cuando allí se habla de pollo, en realidad se quiere decir el gallo duro y escuálido que cruza cualquier carretera. Con el pescado, mejor no arriesgarse. Y las verduras y hortalizas, nada de crudas, solo salteadas o cocidas. Así pues, la dieta confiable puede reducirse a cerdo frito, arroz y pasta. Aunque por mucho cuidado que se tenga, una diarrea será prácticamente imposible de esquivar. Por ello, recomendamos buscar restaurantes prácticamente de lujo, ya que los precios son muy baratos, y así nos aseguramos de que la calidad esté por encima de la media.
  • Si seguimos con la salud, aparte de las vacunas que hay que ponerse para ir, al llegar siempre nos podemos encontrar con alguna sorpresa, como que es esos momentos hay una epidemia de peste, tanto bubónica como pulmonar, ante la que no hay vacuna, solo medicamentos para tomar cuando ya se ha contraído y en el caso de que se diagnostique a tiempo.
  • Como observación práctica, diremos que el visado que se obtiene en el aeropuerto para entrar al país solo es válido para una entrada aunque sirva para 30 días. Es decir, que si desde Madagascar se quiere ir a algún otro sitio y después volver a entrar (como hicimos nosotros, que fuimos a Reunión y volvimos), hay que volver a pagar por otro visado, aunque se vaya a estar allí una hora. En 2017, el coste del visado era de 25 euros.
  • Y terminamos tal y como empezamos, cuando decíamos que Madagascar era paradisíaco y exótico. Nada más lejos de la realidad. Tal vez hace años lo fue, como las cercanas pequeñas islas del Índico tales como Reunión y Mauricio, pero actualmente, toda la naturaleza que pudiera haber tenido ha sido sustituida por grandes extensiones de arrozales, que es una de las bases de la precaria economía del país, uno de los más pobres de África. O al menos en la mitad inferior del país, que es la que conocimos.

Impresiones de Madagascar

Por todas estas razones, Madagascar ha supuesto una grandísima decepción para nosotros. Exceptuando los atractivos naturales como los parques naturales, la flora y fauna, varios paisajes y algunos poblados típicos, nos pareció que el país no tiene ningún otro atractivo. Hasta tal punto llegó nuestro desencanto que, por problemas de horarios en los vuelos, tuvimos que pasar un día entero en la capital, Antananarivo y, a pesar de que ya teníamos preparada una ruta con los sitios para ver, preferimos quedarnos en el hotel para no tener que salir a la calle. Es el primer país al que, definitivamente, no volveríamos.
Con esta opinión no pretendemos desanimar a nadie, solamente hacer un pequeño compendio de las desventajas que puede tener este país, ya que no es en absoluto como nos lo imaginábamos, pero que no tiene por qué ser la visión de otras personas que hayan viajado allí.
¡¡Hasta el próximo post!!
Rebeca Gavilán Yela
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